Raúl se amarra los cordones de sus zapatos con dificultad. Se siente muy dichoso porque goza de cierta libertad para salir a las calles, aunque su madre prefiere que siempre la tome de la mano cuando se trata de subirse al transporte público y dirigirse a cualquier destino en la ciudad. Como a cualquier joven de 19 años le encantan los videojuegos, escuchar música y ver las carreras automovilísticas por televisión.
Su corazón está moldeado por la nobleza y la inocencia de su mirada refleja la inocencia que pierden otros seres humanos en el transcurso de sus vidas. No tolera las miradas de asombro y curiosidad que provoca en los transeúntes cuando miran su rostro, aunque ha aprendido a ignorar a los curiosos, no deja de molestarle la reacción. Ya se ha acostumbrado incluso a los comentarios que hacen los extraños al mirarle, ha comprendido que algo en su rostro lo hace diferente a la mayoría. Raúl nació con una condición conocida como Síndrome de Down, aunque el prefiere que lo llamen especial.
Esta realidad la viven miles de personas con discapacidad en nuestro país, unos como Raúl tienen este trastorno genético, otros tienen discapacidad visual, auditiva, psicomotora, los autistas también se incluyen dentro de este grupo. La sociedad en vez de convertirse en un ente que ayude en su integración, prefiere ponerles una marca e ignorar las necesidades de los jóvenes especiales, que al igual que aquellos con todas las facultades, desean ser aceptados .
Los especiales provocan milagros.
Lo que podemos calificar como ignorancia viene desde tiempos remotos, según nos explica la doctora Elsa Henríquez, directora de los Talleres Protegidos de Rehabilitación Profesional: “Al principio de los tiempos las sociedades rechazaban a las personas con discapacidad ya que se encontraban ante un fenómeno desconocido, luego los jóvenes discapacitados o especiales empezaron a salir de sus casas, a darse a conocer y exigir sus derechos. Hasta principios del siglo XXI se reconoce que la sociedad es responsable de que estas personas se integren de una forma adecuada, sean independientes, tengan una vida participativa y todo lo que ofrece la sociedad para cualquier individuo”.
“La discapacidad existe desde los tiempos en que Jesucristo predicó su mensaje”, prosigue la doctora Elsa, “muchos de sus milagros fueron hechos en bases a personas con necesidades especiales, por ejemplo el joven paralítico a quien sus vecinos tuvieron que abrir el techo de la casa porque estaba postrado en una camilla y no tenía forma de llegar hacia donde estaba Jesús predicando. El ciego a quien fue devuelta la vista y el joven de quien se pensaba tenía espíritus porque botaba espuma por la boca, siendo esto un caso de epilepsia. Más adelante vemos en la época medieval el uso que hacían los reyes de los bufones, individuos con malformaciones físicas que servían con sus ocurrencias para disipar los malos momentos del rey”.
Si bien desde ‘que el mundo es mundo” han existido casos de discapacidad, no es menos cierto que el aislamiento no ha desaparecido, aunque los avances tecnológicos se sucedan a pasos agigantados.
La realidad de los especiales en nuestro país
La historia de Raúl se repite en muchos hogares dominicanos, las oportunidades de estudios y desarrollo para individuos como él en nuestro país son contadas. En materia de estudio no existen programas especializados que le den seguimiento a su educación y en mucho menor medida hay espacios adecuados para que puedan integrarse con éxito a la vida laboral y social.
Hoy en día debe verse la discapacidad desde una perspectiva enmarcada en derechos humanos, derecho a la educación, vivienda, salud, tener una vida asegurada, poder transitar libremente y de aquí lo que se llama accesibilidad.
“Para que estos jóvenes puedan hacer valer sus derechos hace falta una conciencia de Estado y ante todo voluntad política. Se habla ahora en los corrillos educativos de un aprendizaje inclusivo, que permita a los niños y jóvenes especiales asistir a las escuelas regulares, a este respecto nuestro país debe dar un giro de 360 grados para poder aceptar a los niños con cualquier tipo de discapacidad en una escuela regular”, explica la doctora Elsa.
En lo que respecta a la parte laboral es mucho más difícil todavía, ya que el mercado de trabajo se modifica constantemente. Los esfuerzos actuales se hacen solo a nivel institucional pudiendo integrar laboralmente apenas a 100 o 200 jóvenes por institución al año, por esto se necesita el empuje del Estado, que el mismo comprenda que la discapacidad es una función social y es su responsabilidad proporcionar a los ciudadanos con discapacidad la educación, el trabajo y la accesibilidad.
“Prefiero que me llamen especial”
Ellos han recibido a lo largo de la historia nombres descalificativos y constantes burlas a costa de sus impedimentos físicos o intelectuales. Por esta razón prefieren ser llamados especiales. Sus dificultades fueron compensadas con bondad y con una inocencia tal que ablanda incluso los corazones más duros. Para ser completamente felices como dice Raúl, “sólo necesitan sentirse útiles”, y en cuanto a esto cada ciudadano tiene una cuota de responsabilidad. Al encontrarte con otros como Raúl en las calles es mucho lo que podrías ofrecerles con una sincera sonrisa y unas agradables palabras de aceptación.
Artículo publicado en La Generación. La Vida, Listín Diario.